Se siente tan aterrador, sé que es falso, y sería solo de firmar y ya, pero él estar aquí, frente a tantas personas que no conozco, dando mi firma a cambio de todo esto. Maldigo ese libro en todos los idiomas posibles, así hasta los demonios pueden escucharlos. ¿Y si algo sale mal?, ¿y si lejos de resolver un problema en mi vida, en realidad me meto en aún más problemas?, no sé si quiero hacer esto.
─¿sucede algo señor? ─se acerca rápidamente Charles.
─Está indispuesta por su herida. ─justifica entre dientes.
─Dígame que necesita. ─musita con suma descripción.
─Necesito un par de minutos. ─dice mientras se inclina y la toma en brazos.
─Esto no es necesario. ─susurra entre dientes por demás avergonzada.
El silencio entre ellos se mantiene irrompible hasta que cruza la puerta y la cierra tras él con su pie.
─Esto es demasiado absurdo. ─suelta molesto en cuanto la deja con cuidado sobre un sillón de la sala de estar.
─Estoy sola, no se quien eres, y, y... ¡ni siquiera he visto tu cara! ─se levanta con cuidado. ─Esto ni siquiera es un vestido de boda. ─se mira a sí misma.
─No estamos aquí para ser novios de primavera. ─se acerca al punto de ponerla nerviosa, y susurra con delicadeza. ─Estamos aquí por un acuerdo, y no voy a tolerar que me avergüence por segunda vez. ─suelta tajante él también dejándola sola en la habitación.
¿Cómo es que todo esto pasó?, nunca pensé extrañar tanto la soledad y el silencio de mi hogar como ahora, daría hasta lo que no tengo por volver a casa y seguir comiendo mi exquisito arroz con huevo y un chocolate caliente.
─¿Estás bien? ─pregunta Barbara al entrar. ─Todo se ve hermoso, y entiendo que no te sientas bien, ¡acabas de salir del hospital!, ¿por qué no esperar un poco más?
─Me duele mucho el hombro. ─dice y el asombro de su amiga no se hace esperar.
─¡Estás sangrando! ─busca con la mirada en todo el lugar, algo con que ayudar.
─sí, es...
─Señorita Torres. ─entra Charles con otra caja. ─esto es...
El asistente de Edward corre rápidamente hasta uno de los muebles cerca de la ventana, saca un botiquín de auxilio más rápido de lo que llega de regreso con Ángel.
─No es nada, solo...
─No se preocupe, yo me encargo. ─dice acercándose con algo de material para desinfectar y cubrir su herida.
─Yo lo haré. ─irrumpe Edward. Después de todo lo que él pasó, de ver a todas esas personas a su alrededor, pensar cómo estaría él si estuviera en el lugar de ella, lo hizo dar la vuelta y volver.
─Si, señor. ─se aparta enseguida, casi como si estuviera en un régimen militar.
Las miradas entre Ángel y Barbara no se hacen esperar por lo que pueden ver. Se queda de pie en la puerta esperando más instrucciones.
─Que esperen fuera, por favor. ─dice, y este desvía la mirada a Barbara. El mensaje es claro, debe salir.
Otra vez, ahí está, el silencio ensordecedor entre él y yo. La verdad ni yo sabía que estaba sangrando hasta que Barbara lo vio.
─No sabía que estuviera tan mal. ─susurra mientras se inclina. ─debe descubrir su hombro. ─dice señalado este.
Es tan tonto, no debería sentir que mi rostro arde cuando este tipo que no he visto me mira de la manera tan extraña que lo hace.
Ángel pone los ojos en blanco y parpadea un par de veces de manera exagerada por los nervios, mientras descubre su hombro.
─No es nada. ─suelta sin importancia, disimulando lo avergonzada que está.
─Lo sé. ─espeta.
La delicadeza con la que cuida de la herida es sublime, tanto que llega a enternecer a aquella roca que reemplaza el corazón de Ángel.
No hay piel, nada más allá de sus hermosos ojos, sin embargo puede escuchar su respiración, puede sentirse igual de acelerada como la de ella cuando él se acerca cada vez más dejando muy poca distancia.
─¿que hay en la caja? ─pregunta tragando saliva nerviosa rompiendo la tensión.
─Habló de un vestido. ─se aparta lo suficiente para tomar aire sin verse ahogado bajo la máscara. ─le daré tiempo. ─dice dejando la habitación.
Lejos de regresar a la recepción, va hasta su habitación y se asegura de cerrar la puerta con tanta fuerza que es imposible que siga abierta, se quita la máscara y los guantes, corre al baño y lava su cara con tanta agua fría como abarcan sus manos.
─¡¿que mierda haces Argento?! ─se grita a sí mismo, mientras mantiene las manos apoyadas en el lavabo y su mirada al suelo.
─Señor. ─toca la puerta.
─Pasa. ─dice aún en la oscuridad.
─¿Se siente bien? ─pregunta a unos pasos de él.
─Soy tan estúpido. ─niega con la cabeza. ─no debería hacer esto. ─vota todo lo que está en la mesa sobre la que se deja caer.
─Señor, si quiere cancelar la boda...
─Me gusta. ─suelta un gruñido resistiéndose a decirlo, sin voltear.
─¿Señor? ─da un paso hacia él.
─Ella me gusta. Y cuando ella vea el monstruo que soy...
─La tecnología y medicina a avanzado mucho, seguramente habría algo que...
─Estás aquí porque ella se fue, ¿verdad?. ─pregunta aterrado.
En la recepción.
─¿cómo sigues? ─pregunta Barbara entrando de nuevo a la habitación.
─Estoy mejor. Será mejor que regresemos a la sala. ─sonríe. ─pero ahora debo ponerme ese vestido. ─señala con la mirada la caja que ha llevado Charles. ─no creo que a nadie allí fuera, le agrade que tenga un vestido manchado de sangre.
─¿Por qué lo haces? ─insiste preocupada. ─¿en verdad te gusta? ─pregunta metiendo su mano de manera discreta en su bolso.
─Es como el personaje de mi libro, ¿has leído alguno?, es guapo y se fijó en mí, ¿por qué no me casaría con él?
─¿pero así? ─insiste. ─si tienes problemas, o crees que lo estás, solo debes decirlo. ─insiste con su mano en el bolso. ─además, ¿has visto su rostro bajo esa extraña máscara, por lo menos una vez? ─pregunta molesta.
─Estoy enamorada de él, solo traduce la boda para mí, y ya. ─sonríe caminando hacia la caja.
─¿sabes que hay un contrato prenupcial de por medio? ─saca su mano del bolso.
─Lo sé, y lo acepté. ─se levanta con cuidado. ─eres la única cara conocida aquí, y me encantaría verte cuando firme mi matrimonio. ─sonríe con un largo suspiro, mientras cierra la puerta para cambiarse de ropa.
Toda mi infancia desee regalos, sorpresas, y cosas lindas, pero al ver esta enorme caja, me intriga sabiendo que dentro hay un vestido, me da miedo que me guste tanto, teniendo la certeza de que no me lo quedaré, me dolerá demasiado.
Abrir la caja para Ángel fue recibir un pedazo de cielo, amó el vestido en cuanto lo vio, su deslumbrante blanco la cegó, pero las joyas que este contenía fue aún más que eso. Tocarlo fue un privilegio, es tan suave y delicado que le es imposible no sentir emoción al tocarlo, no duda ni un segundo en ponerse aquel pedazo de felicidad.
Abrir la puerta fue como extender sus alas, aunque aún se sienten las cadenas que la mantienen con los pies sobre el suelo, el vestido es perfecto, su silueta se marca de tal manera que parece haber sido creado para ella.
¿Que tan perfecto puede ser un vestido para hacerte sentir inmensa, inalcanzable?
Esta vez no hay tanto miedo, si hay nervios, pero ahora está sola en mitad de la recepción, hasta que una mujer elegante con un fino vestido dorado y algo mayor se acerca a ella.
─Te vez muy segura para estar a punto de casarte con alguien como mi sobrino. ─dice a la expectativa de los demás.
─Es...
─Ahora veo porqué una de las cláusulas de la invitación a la boda improvisada, era no hablar con la novia. ─sonríe arrogante.
─Supongo que quería que fuese feliz, la noche de mi boda. ─sonríe con tanta, o más arrogancia que aquella mujer.
─Y yo estoy casi segura de que se avergüenza de lo vulgar y corriente que puede llegar a ser, pero... ─sonríe con malicia viéndola de pies a cabeza. ─Una noche es muy corta, veremos cuanto dura el matrimonio. ─bebe un trago de su copa y se aleja.
Tan pronto como aleja su mirada de aquella arrogante mujer, puede ver que todos ven en una dirección. Se gira justo a tiempo para chocar con aquellos deslumbrantes ojos azules clavados en su vestido, subiendo lentamente hasta su mirada y se congela.
─¿Lista? ─pregunta tomando su mano con guantes de tela.
─¿cambió sus guantes? ─pregunta intentando ser graciosa. No es un detalle que esperaba que notara, y el que lo hiciera solo lo hizo sentir mal de alguna manera.
─Es más fácil poner el anillo. ─responde con la misma gracia. Después de todo, no sería tan malo llevar un relación cordial pese a este falso matrimonio.
─Lamento haber hecho..., lo que sea que hice hace un rato. ─susurra caminando junto a él.
─Debe mantener mente fría y tranquila. ─recomienda con discreción, mientras abre su silla.
Las firmas se dan con calma, nadie más allá de el asistente y el juez de paz, en presencia de su abogado pueden ver de cerca lo que hacen.
El intercambio de anillos es más tenso que romántico, no puede tocar su mano y eso la está torturando, pero se consuela sintiendo el calor de su piel a través del suave algodón.
─Felicidades. ─se levanta. ─Con ustedes, el señor y la señora Argento. ─dice y todos empiezan a aplaudir, aunque sus caras parece que están en un velorio.
─Bien, es todo. ─se levanta. ─si me disculpan, quiero empezar a disfrutar con mi esposa. ─toma su mano.
─Señor, sería prudente que disfrute su boda por lo menos treinta minutos. ─susurra con discreción señalando con la mirada hacia los invitados, resaltando entre ellos aquella anciana elegante.
─Puedo hacerlo. ─susurra discreta, disimulando como si besara a Edward en la mejilla.
─Solo treinta minutos. ─asiente.
─En ese caso... ─hace un ademán discreto su asistente, y la música empieza a sonar.
─¿Un baile?. ─abre los ojos como platos. ─yo no sé bailar. ─se nota sobresaltada.
─Puedo ayudar. ─pasa su mano por la cintura muy suavemente.
─Dígame por favor, que si caigo me va a levantar antes de reír sin parar. ─bromea nerviosa siguiendo sus pasos.
─No voy a soltar su mano. ─levanta su mano cálida, enternecido por cómo se sienten los latidos de su corazón. ─si usted no se aleja de mi. ─la levanta por los aires, y la hace girar.
Me estoy metiendo en problemas, no me estoy enamorando, pero el es un sueño, pero el detalle es que él no es mi sueño.
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