Sebastián.
Regresé a casa con el corazón más liviano después de disculparme con Renata. Aunque nuestras palabras habían sido un tanto sarcásticas, sentí que había dejado las cosas claras. Ella no estaba interesada en mí, y yo no estaba interesado en ella. O al menos eso era lo que quería creer.
Al entrar, el silencio envolvía la casa cuando regresé. Apenas crucé la puerta, sentí la calma de la noche y supe que mis hijas ya estaban dormidas.
Me descalcé en la entrada y subí las escaleras con pasos ligeros, deteniéndome primero en la habitación de Valeria y Lucía. Empujé suavemente la puerta y entré.
Las encontré acurrucadas en sus camas, con sus cabellos desparramados sobre las almohadas.
La luz tenue de una lámpara iluminaba sus rostros serenos. Lucía dormía abrazada a su ……
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