El agua fría me envolvió como un abrazo mortal. La oscuridad era absoluta, y el sonido del océano rugía en mis oídos. No podía respirar. Mi cuerpo se sacudía, luchando contra la corriente que me arrastraba hacia las profundidades. Pero en medio del caos, una imagen se aferró a mi mente: Valeria, Lucía y Emilia. Mis hijas. Mis tres tesoros.
No podía dejarlas solas. No podía morir. Ellas me necesitaban, solo me tenían a mí y ya habían sufrido muchas pérdidas a su corta edad, me negaba a agregarles una más.
Ese pensamiento me llenó de una nueva vitalidad, mis energías se renovaron como si de pronto alguien hubiese inyectado alguna sustancia que me hizo recobrar las fuerzas. Pataleé con todas las energías que me quedaban, luchando contra la corriente que intentaba arrastrarme hacia abajo. Mis pu……
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