Sebastián
El tercer día comenzó como los anteriores, con el sol golpeando sin piedad y la sed devorándome por dentro. Mi cuerpo estaba al límite, me dolía con cada fibra de mi ser. Estaba agotado.
El agua salada había dejado mi piel irritada y quemada por el sol. Mis labios estaban tan agrietados que cada vez que intentaba hablar, sentía cómo se abrían y sangraban. La sed era lo peor. Era como si alguien me hubiera clavado un cuchillo en la garganta y lo girara una y otra vez.
Apenas podía sentir mi pierna herida, ya no dolía tanto, pero eso no era una buena señal. Sabía que la infección podría estar avanzando, y sin atención médica, no duraría mucho más.
Mis compañeros estaban igual de mal, o peor. Méndez, el único que seguía consciente, apenas podía mantener los ojos abiert……
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