Renata
La cocina era un campo de batalla. Harina en el suelo, chocolate derramado en la mesa, y Lucía aferrada a mi pierna como si fuera un salvavidas en medio de un mar de confusión.
La tensión de la casa pesaba mucho. El llanto silencioso de Lucía le causaba un inmenso dolor en el pecho; sentía mis lágrimas a punto de ahogarme. Respiré profundo buscando la manera de calmar mis alborotadas emociones.
Sin embargo, mi mente no dejaba de irse una y otra vez hacia la escalera, hacia el segundo piso donde Valeria se había encerrado con su padre. Mi corazón latía con inquietud, preguntándome cómo estaría la niña después de la discusión.
Pero no tuve mucho tiempo para preocuparme, porque Lucía me jaló del brazo, con sus grandes ojos llenos de lágrimas.
—Mis panquecas no son mágicas —susurró……
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