Capitulo 3 Los Recuerdos que Duelen.
La habitación estaba sumida en penumbras, apenas iluminada por la tenue luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Eleonor yacía en su cama, con la mirada perdida en el techo, mientras los recuerdos la asaltaban sin piedad. No importaba cuánto intentara alejarse del pasado, cuántas veces se prometiera no pensar en él. Esa noche, como tantas otras, su mente la traicionaba.
Se sintió pesada, atrapada en la maraña de emociones que llevaba años arrastrando. Parecía haberse dormido por un instante, quizás una hora, pero al despertar sentía como si hubiera pasado toda la noche. Su pecho subía y bajaba con una respiración agitada, sus pensamientos envueltos en una bruma sofocante. Mariana dormía profundamente en la cama contigua, ajena a la tormenta que se desataba dentro de su hermana.
Eleonor cerró los ojos y presionó los dedos contra su cuello, intentando contener el ardor que la quemaba desde adentro. La marca. Esa maldita marca que jamás desaparecía. A veces se mantenía en calma, como si apenas existiera, pero en noches como esa ardía con furia, como si él la estuviera reclamando.
Demián.
El odio y la frustración la recorrieron con la misma intensidad que el fuego en su piel. Se sentó de golpe, con el pulso acelerado, negándose a ceder ante la fuerza invisible que la empujaba hacia él. No iba a ir. No importaba cuánto su cuerpo lo exigiera, cuánto su lobo interior rugiera en respuesta.
No iba a ceder a algo que nunca pidió. Ahora lo sabe "La Marca del Alfa ".
Había algo en ella que no la dejaba olvidar a Demián. Algo que la retenía, que la mantenía atada a su sombra incluso cuando su corazón se llenaba de rabia. No era porque no hubiera tenido pretendientes, porque nadie la hubiera deseado. Había conocido a otros, había intentado abrirse, seguir adelante. Pero nunca pudo. Cada vez que alguien se acercaba demasiado, una barrera invisible se levantaba dentro de ella, impidiéndole cruzar esa línea.
Su cuerpo, su alma, su maldita esencia lo rechazaban todo.
Y eso la enfurecía.
Porque no podía ser solo amor. No podía seguir sintiendo algo por él después de todo. No después de que la abandonó. No después de que la dejó con la única certeza de que su amor no había sido suficiente.
Apretó los labios y se levantó, con un suspiro frustrado que parecía llenar el aire. Sus pasos fueron silenciosos al salir de la habitación, cuidand o de no despertar a Mariana. Bajó las escaleras, sintiendo el crujido de la madera bajo sus pies, y se dirigió a la cocina.
El silencio de la casa era opresivo.
Se sirvió una taza de café, dejando que el aroma llenara sus sentidos, y se sentó a la mesa con la mirada perdida en la superficie oscura del líquido.
Pero el recuerdo la golpeó antes de que pudiera prepararse para ello.
Había llegado al pueblo con la certeza de que al menos él no estaba allí. Que no tendría que enfrentarse a su fantasma en cada rincón. Creyó que habría seguido adelante, que su vida estaba en otro lugar, lejos de lo que un día fueron.
Pero estaba equivocada.
Demián nunca se había ido del todo.
No era un hombre derrotado, no era un fugitivo que había desaparecido del mapa. Al contrario. Demián Jones se había convertido en alguien poderoso. Un CEO, un empresario ganadero de éxito. Terminó su carrera, multiplicó su fortuna, se convirtió en una leyenda para algunos.Su familia seguía aquí y el también.0
Para ella, solo era la prueba de que nunca significó nada.
El café en su taza tembló cuando sus dedos se tensaron alrededor del asa. Pasó años preguntándose qué había hecho mal, culpándose por su desaparición, desgarrándose con cada suposición absurda que su mente creaba para justificar su abandono.
Pero él nunca regresó.
Nunca llamó.
Nunca explicó nada.
Mientras ella trataba de juntar los pedazos de su vida, aprendiendo a respirar sin él, él estaba construyendo su futuro, viviendo sin mirar atrás.
Y ahora, parado junto a su camioneta frente a la casa, la miraba con esos ojos oscuros como si le doliera tanto como a ella.
¿Con qué derecho?
¿Con qué derecho la observaba, como si fuera él el herido?
El aire se espesó a su alrededor, la furia le crispó la piel y la obligó a apartar la vista. No iba a quedarse allí mirándolo como una idiota. Se dio la vuelta y entró a la casa sin darle la satisfacción de una reacción.
Se sentó en la mesa de la cocina, intentando ignorar el nudo en su estómago, y tomó un sorbo de café mientras su abuela la observaba en silencio.
—¿Sabes algo de él? —preguntó, con la voz más dura de lo que pretendía.
Mónica revolvió su propia taza con calma, como si hubiera esperado la pregunta.
—Aparece algunas veces por el pueblo —respondió simplemente—. Siempre ha estado solo.
Las palabras la golpearon en un lugar que no esperaba.
—Pues qué bien. Ojalá siga así —espetó Eleonor, con amargura.
Su abuela la miró con esa sabiduría que siempre la había irritado.
—Ha venido a hablar conmigo.
Eleonor sintió el impacto como un puñetazo en el estómago.
—¿Qué?
—A veces, las cosas no son lo que parecen.
La mandíbula de Eleonor se tensó.
—Lo que parece es que se acostó conmigo y desapareció al día siguiente. ¿Eso no es suficiente verdad para ti?
Mónica dejó la cuchara en el plato con un leve tintineo.
—No te estoy diciendo que lo perdones. Pero tal vez deberías escuchar lo que tiene que decir.
Eleonor soltó una risa vacía.
—No.
No le iba a dar la oportunidad de justificar lo que hizo.
No después de que la usó, de que la tomó en la noche más importante de su vida y desapareció sin una maldita explicación. Como si ella no fuera más que un pasatiempo.
Mientras hablaba con su abuela los recuerdos le asaltaron la mente ,La luz de la luna se colaba por la ventana, pintando de plata las paredes de la habitación de la casa de campo. La cálida brisa de la noche acariciaba la piel de Eleonor mientras estaba acostada en la cama, mirando al techo con los ojos entrecerrados. El olor a madera, a hojas secas y tierra mojada inundaba la habitación, trayendo consigo un recuerdo que nunca la dejaría.
Era la noche de su decimoctavo cumpleaños. La noche que nunca olvidaría, aunque deseaba hacerlo. La noche en que se entregó a Demián por completo, pensando que lo hacía por amor, por un futuro que se veía prometedor.
Habían sido tan felices, tan inseparables. Habían compartido años de risas, secretos y sueños. Habían crecido juntos, la juventud compartida bajo las mismas estrellas. Pero esa noche, algo cambió en sus corazones.
Eleonor había estado esperando esa noche con impaciencia, el corazón palpitante con la promesa de lo que vendría. No era solo una celebración de su cumpleaños. Era la noche en que Demián, el hombre que había sido su primer amor, su amigo, su compañero, finalmente la vería como la mujer en la que siempre se había convertido.
Él había preparado todo, como siempre. Esa casa de campo, que tanto adoraban, estaba adornada con luces suaves que titilaban al ritmo de la música. Habían colocado una mesa para dos en el jardín, bajo un cielo estrellado que parecía más brillante esa noche que nunca.
Demián llegó, vestido con su chaqueta negra, el cabello un poco desordenado por el viento, pero su mirada era la misma de siempre: intensa, protectora, profunda. El brillo en sus ojos le decía a Eleonor todo lo que necesitaba saber. Él estaba allí para ella, y ella sabía que esa noche iba a ser especial.
La abrazó con fuerza, como si temiera que se desvaneciera. Sus labios encontraron los de ella en un beso tierno, pero cargado de algo más. Eleonor sintió una electricidad recorrer su cuerpo, un ardor que se encendía en su pecho. Estaba tan segura de lo que sentía.
"Feliz cumpleaños, Eleonor", le susurró Demián, entregándole un pequeño paquete envuelto en papel dorado.
Cuando Eleonor abrió el regalo, encontró un collar con un delicado colgante en forma de luna creciente. Su corazón dio un vuelco. Era perfecto. Era su regalo. Porque la luna siempre había sido su símbolo, lo que los había unido en tantas noches juntos, mirando las estrellas.
"Es hermoso, Demián. Gracias", dijo con voz quebrada, emocionada.
Demián sonrió, su expresión llena de amor, y se acercó para besarla nuevamente. Un beso suave, pero lleno de promesas.
"Como tú", dijo, casi en un susurro.
La noche pasó entre risas y palabras suaves, entre caricias y miradas cómplices. La química entre ellos era tan palpable que el aire mismo parecía cargado de electricidad. No había dudas, no había inseguridades. Solo la certeza de que estaban destinados a estar juntos.
Después de la cena, decidieron salir a caminar por el bosque cercano, como solían hacer. Eleonor, con el vestido largo y delicado que había elegido para la ocasión, caminaba al lado de Demián, disfrutando del aire fresco, de la serenidad de la noche. Los árboles susurraban con el viento, como si el mundo a su alrededor estuviera en perfecto silencio, solo para ellos.
Se detuvieron junto a un lago. La luna reflejaba su resplandor sobre el agua, haciendo que todo pareciera brillar. El ambiente era mágico, etéreo. Era como si el mundo entero hubiera desaparecido, dejándolos solos en ese rincón de la tierra, como una burbuja inquebrantable de amor.
Demián la miró a los ojos, tomando sus manos con suavidad.
"Te amo más de lo que las palabras pueden expresar", le dijo, su voz cargada de emoción.
Eleonor sintió que su corazón se aceleraba, que la fuerza de sus palabras le llegaba directamente al alma. Ella lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de amor y gratitud.
"Y tú la mía, Demián. No puedo imaginar mi vida sin ti", respondió, con la voz temblorosa.
Entonces, se besaron. Fue un beso suave, pero lleno de todo lo que no se decía. Era la promesa de un futuro juntos, de un amor eterno. La luna parecía suspender el tiempo a su alrededor, mientras sus corazones latían al unísono.
Regresaron a la casa de campo, y la chimenea encendida les dio la bienvenida con su calor. El fuego crepitaba suavemente, mientras se sentaban en el sofá, abrazados. Todo parecía perfecto. Demián la miraba con esa intensidad que solo él sabía expresar, y Eleonor sentía que todo lo que había deseado en su vida estaba sucediendo esa noche.
Se entregaron el uno al otro de una manera pura, sin reservas. Fue una unión llena de amor y confianza, un amor que Eleonor creyó eterno. Las caricias de Demián fueron delicadas, pero decididas. Todo lo que había sentido hasta ese momento, toda la pasión reprimida, salió a flote de forma natural. Estaban en sintonía, como siempre, como si sus cuerpos hubieran estado esperando esa noche, esa unión.
La madrugada llegó sin que ellos se dieran cuenta. Eleonor despertó entre sus brazos, con la cabeza apoyada en su pecho, y por un momento, todo parecía un sueño perfecto. Pero algo dentro de ella sintió que algo no estaba bien. Algo no encajaba.
Al despertar, se giró para mirarlo, esperando ver esa sonrisa que tanto amaba, pero el lugar a su lado estaba vacío. No había rastro de él. El espacio entre ellos estaba frío, vacío.
Se levantó rápidamente, buscando por la casa, convencida de que solo era un mal sueño, de que él estaba en otra parte, preparándose para sorprenderla. Pero no estaba allí. Su coche no estaba estacionado fuera. La angustia comenzó a apoderarse de su pecho.
Días pasaron, y la desaparición de Demián se convirtió en una sombra constante sobre Eleonor. No hubo llamadas, no hubo explicaciones. La madre de Demián le dijo que él había decidido irse a la capital para estudiar, pero nada tenía sentido. ¿Por qué no le dijo nada? ¿Por qué se fue sin decirle una palabra?
El dolor, la confusión y la traición la inundaron. Cada día que pasaba, cada hora, Eleonor sentía como si su mundo se desmoronara. La noche que compartieron, el amor que se prometieron, se desvanecieron en el aire, como un suspiro perdido.
Nunca recibió una explicación.
Nunca entendió por qué la dejó.
Lo que le dolía más, lo que más la marcaba, era el sentimiento de haber sido un pasatiempo, un momento que Demián dejó atrás como si nada. Lo tuvo todo, me tuvo a mí, y luego me desechó.
Esa noche era un recuerdo hermoso, un recuerdo de amor que se había convertido en un puñal en su corazón. El dolor de la traición la quemaba, y la furia que sentía contra él era incontrolable.
Esa noche fue la primera de muchas que Eleonor pasó sola, esperando una explicación que nunca llegó, deseando una verdad que nunca sería dicha y ahora no le interesa saber.
—No quiero saber nada de él —murmuró, con los dedos temblando alrededor de la taza.
Mónica suspiró.
—A veces, lo que creemos que es la verdad… no lo es.
Eleonor apartó la mirada. No necesitaba más frases enigmáticas, más intentos de hacerla dudar. No necesitaba escuchar que tal vez había algo más detrás de su abandono.
Porque no le importaba.
Demián ya le había roto el corazón una vez.
De vuelta en el presente pensaba que no iba a darle la oportunidad de hacerlo de nuevo.
Y entonces, la marca en su cuello ardió como fuego vivo.
Un recordatorio de que, le gustara o no, él no la iba a dejar ir.
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