La noche había caído sobre la manada de Luna de Acero, extendiendo un manto de silencio solo roto por el murmullo del viento entre las hojas. Daniel Vassier estaba sentado frente al fuego de la sala común, la mirada perdida en las llamas, cuando la llamada mental lo atravesó como un latido.
—Daniel...
La voz en su mente era áspera, cargada de una tristeza que no necesitaba palabras para ser entendida.
—Ignacio —respondió de inmediato, cerrando los ojos para establecer el vínculo.
El silencio que siguió no fue incómodo, sino doloroso.
—¿Cómo están mis hijas? —preguntó Ignacio, su voz quebrada por la emoción.
Daniel apretó los dientes antes de responder.
—Están bien. Más fuertes cada día. Son hermosas, Ignacio. Mariana... Mariana es un sol, ella nos da fortaleza. Y Eleonor... —su voz bajó—, Eleonor……
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