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Capítulo 1: La Marca del Alfa
El bosque era un caos de sombras y luz de luna. El viento rugía entre los árboles como un lamento ancestral, sacudiendo las ramas desnudas y llenando el aire con el aroma de la tierra húmeda. La noche estaba viva, vibrante, cargada de algo que Eleonor no podía nombrar, pero que sentía ardiendo en cada parte de su piel.
Su cuerpo se estremecía con un dolor abrasador, un fuego líquido que corría por sus venas, quemándola desde adentro. Jadeaba, con el pecho agitado, sintiendo cómo su corazón golpeaba con una fuerza feroz, como si quisiera escapar de su pecho. Cada latido era una explosión, un eco de algo desconocido que latía en lo más profundo de su ser.
Corría sin saber a dónde, solo con la certeza de que si se detenía, si dejaba que el dolor la consumiera, no habría vuelta atrás.
El bosque se cerraba a su alrededor, la niebla serpenteando entre los troncos como manos invisibles que intentaban atraparla. Sus piernas temblaban, su visión era un torbellino de luces y sombras. Todo estaba cambiando.
Y entonces, lo sintió.
Un calor abrasador en la espalda.
Una presencia.
Un instinto primitivo despertó en su interior, una alarma silenciosa que gritaba depredador.
Giró de golpe y lo vio.
Demián.
No era el hombre que había conocido. No era el recuerdo de su juventud, el amor que había marcado su adolescencia con promesas rotas y noches en vela. Era otra cosa.
Una criatura de la noche. Un Alfa en su máximo esplendor.
Su pecho se expandía con cada respiración profunda, su cuerpo parecía esculpido en la penumbra, cada músculo tensado en una postura de dominio absoluto. Su cabello oscuro estaba revuelto por el viento, y sus ojos, Dios, sus ojos.
Ya no eran humanos.
Eran dos llamas líquidas de un dorado salvaje, ardientes y llenas de una emoción que Eleonor no podía descifrar.
Demián la estaba mirando como si fuera su última salvación y su perdición al mismo tiempo.
La tensión en el aire era insoportable.
—Eleonor… —Su voz era un gruñido bajo, una súplica y una advertencia a la vez.
Pero ella no escuchó. No podía.
El dolor era demasiado. Su piel ardía, su interior se desgarraba, su mente se dividía entre el pánico y algo más oscuro, más profundo. Algo que pedía salir.
Demián dio un paso hacia ella, y su lobo, el instinto primitivo dentro de él, rugió con desesperación.
—No te acerques. —Su voz salió rota, casi suplicante.
Pero él no se detuvo.
Y entonces, ocurrió.
El fuego en su sangre se intensificó de golpe, como si su cuerpo estuviera a punto de estallar. Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas en la tierra húmeda, jadeando, sintiendo cómo algo dentro de ella intentaba romperse, liberarse.
—¡Mierda! —Demián corrió hacia ella, su propia respiración alterada, su lobo rugiendo en su interior, exigiendo tomar el control.
Eleonor sintió su calor antes de que pudiera reaccionar. Su cuerpo irradiaba poder. Un calor primitivo que la envolvió, que se filtró en su piel como una corriente eléctrica.
Y de pronto, su mundo entero se inclinó.
Demián la atrapó antes de que pudiera desplomarse completamente. Sus brazos, fuertes y firmes, la sujetaron como si nunca fueran a soltarla. Su respiración era un susurro caliente contra su cabello, su agarre firme, protector, desesperado.
—No tienes idea de lo que estás haciendo conmigo… —su voz era un gruñido contenido, un eco de algo incontrolable.
Eleonor tembló en su abrazo, atrapada entre la necesidad de alejarse y la sensación de que, por primera vez en su vida, estaba exactamente donde debía estar.
Pero Demián estaba perdiendo el control.
Su lobo rugió en su interior, salvaje, exigiendo lo que le pertenecía. Su compañera.
Eleonor era suya.
Y si no la marcaba ahora, si no dejaba su sello en su piel, el destino podría arrebatársela para siempre.
—Lo siento.
Ella apenas tuvo tiempo de procesar esas dos palabras.
Un segundo después, su boca estaba en su cuello.
Y la mordió.
El dolor fue un relámpago ardiente, un fuego abrasador que explotó desde su piel y se extendió hasta lo más profundo de su ser. Pero no solo era dolor.
Era algo más.
Era una tormenta eléctrica recorriendo cada fibra de su cuerpo, encendiendo algo dormido en su interior. Era un lazo invisible que se tejía en su alma, una conexión que se formaba y la ataba a él para siempre.
Un grito desgarró su garganta.
Pero no era solo un grito de dolor.
Era un grito de despertar.
Demián gimió contra su piel, su respiración entrecortada, su cuerpo temblando con la intensidad de la marca. Su lobo rugió de satisfacción, de alivio, de pura posesión.
Ella era suya.
Eleonor jadeó, su mente en llamas, su pecho subiendo y bajando con dificultad. Algo había cambiado. Algo había sido reclamado.
Y entonces, la realidad se desplomó sobre ella con un peso insoportable.
Demián se apartó apenas, su boca manchada con el rastro de su sangre, sus ojos ámbar brillando con algo entre la agonía y la adoración.
Pero Eleonor no lo vio.
Solo sintió el ardor, la sensación de haber sido marcada sin su consentimiento.
De haber perdido el control.
—¡No! —Su grito fue feroz, roto, lleno de una ira que ni siquiera comprendía.
El dolor, la traición, el caos en su pecho explotaron al mismo tiempo.
Empujó a Demián con todas sus fuerzas, tambaleándose hacia atrás con las manos temblorosas sobre su cuello herido.
Él no intentó detenerla.
Solo la miró con una tristeza devastadora, como si ya supiera que este sería su castigo.
Eleonor respiró con dificultad, con el ardor de la marca quemándole la piel, con la sensación de que algo dentro de ella había sido reclamado sin su permiso.
Con el odio, con la rabia, con la furia de haber sido encadenada a un destino que no pidió.
—Nunca te lo perdonaré.
Las palabras cayeron entre ellos como una sentencia.
Y sin esperar respuesta, Eleonor se giró y huyó.
El bosque la tragó, la oscuridad la envolvió.
Pero la marca…
La marca nunca la dejaría ir.
El sonido del obturador de mi cámara retumbó en la habitación vacía, rompiendo el silencio como un latido solitario. A través del lente, capturé el reflejo de una mujer que ya no reconocía. Ojos oscuros, ojeras marcadas, piel pálida... pero lo peor no era lo que veía.
Era lo que sentía.
Un ardor constante en mi cuello. Un recordatorio maldito de lo que él me hizo.
Me alejé del espejo como si pudiera escapar de mí misma, como si huir de mi reflejo borrara la marca que ardía en mi piel. Pero no importaba cuánto me frotara la nuca, cuánto deseara arrancarla con mis propias manos. No desaparecería.
Porque Demián Jones me había marcado.
Sin mi permiso.
Sin una maldita explicación.
Solo lo hizo. Me ató a él con un vínculo que supuestamente la Diosa Luna da a los destinados. Un lazo que dicta que le debo amor, lealtad, devoción.
Pero ¿cómo voy a darle eso a alguien que me abandonó sin una palabra durante cinco años? ¿A alguien que me rompió y se llevó con él la única parte de mi corazón que alguna vez me perteneció?
No. No pienso perdonarlo.Él me falló,me mintió y por más explicaciones que quiso darme ,no lo quiero escuchar .
Nunca.
—¡Mierda! —solté, pateando la silla de mi escritorio con rabia.
Mi respiración estaba agitada, mi pecho subía y bajaba con fuerza. Las paredes de esta maldita habitación se sentían cada vez más pequeñas, como si fueran a cerrarse sobre mí.
No debí volver a este pueblo.Debi seguir mi vida en la capital.Pero no,tuve que venir a cumplir la promesa que le hice a mi madre .
Ese día decidí irme. Lo había conversado con mi abuela. Iba a tomar a mi hermana y largarme lejos, volver a mi vida como periodista y fotógrafa, dejar atrás todo este infierno. Este lugar solo me ha traído dolor. La muerte de mi madre, la soledad, las heridas que nunca cerraron...
Y ahora, un lobo en mi interior que no pedí despertar.
¿Quien decidió por mi?,yo no quería nada de esto.La Diosa Luna dicen como una broma que me hace reír sin ganas .
Me dejo caer sobre la cama y cierro los ojos, pero es inútil. El recuerdo me arrastra de nuevo, sin piedad, sin dejarme escapar.
No sabía qué me pasaba.
Mi piel ardía, mi sangre bullía como fuego líquido, mis huesos… Dios, mis huesos. Era como si se rompieran desde dentro, como si algo los acomodara sin mi consentimiento. Cada fibra de mi ser gritaba en agonía mientras la realidad se volvía un borrón de sombras y luna.
Pensé que estaba muriendo.Era un dolor orrible.¡Que me está pasando!,pensé tratando de gritar mi dolor , pero mi garganta solo pudo soltar un gemido ahogado mientras mis manos se aferraban al suelo cubierto de hojas húmedas. Mi cuerpo entero temblaba, desgarrado entre lo que era y lo que estaba surgiendo de mí.
No entendía nada.
Porque esto no debía ser posible.
No soy un cambiaformas. No soy una criatura de cuentos de leyendas. No soy parte de este mundo que creía solo una superstición de pueblo.
Pero entonces lo vi.
A él.
Demián, con su presencia abrumadora, con su mirada ardiendo en dorado, con su lobo rugiendo dentro de su pecho como si supiera algo que yo no.
Me miró como si ya fuera suya. Como si me hubiese esperado toda la vida.
Y luego…
Me mordió.
El dolor fue insoportable, una quemadura que me atravesó el cuello y se extendió hasta lo más profundo de mi alma. Pero no fue solo dolor. Fue algo peor.
Fue sentir que ya no era solo yo.
Fue saber, con absoluta certeza, que mi destino había sido escrito sin mi permiso.
Fue comprender que ahora estaba atada a él.
Para siempre.
Abro los ojos con un jadeo, volviendo a la realidad de mi habitación, con la piel empapada en sudor y las manos temblando.
Lo odio.
Odio lo que me hizo.
Odio la forma en que mi corazón traidor sigue latiendo cuando pienso en él.
Odio que aún, después de todo, una parte de mí lo ame.
Pero no pienso perdonarlo.
No lo quiero cerca.
Nunca más.
Y si esta marca en mi piel es el recordatorio de algo que yo no elegí, entonces que también sea el recordatorio de lo que haré.
La transformación me dejó encadenada a un destino que yo no pedí, tampoco quiero.
Demián Jones ya me rompió una vez.
No voy a dejar que lo haga de nuevo.
Pero el destino no se doblega fácilmente.
La mañana siguiente cuando decidí salir de la casa de mi abuela ,todo era gris, se sentía pesada, como si el cielo se hubiera cansado de sostener el peso de mis pensamientos. Caminé por el pueblo con la capucha de mi abrigo sobre la cabeza, con las manos enterradas en los bolsillos, ignorando las miradas curiosas de la gente.
Santa Elena era pequeña. Demasiado pequeña para que pudiera evitarlo para siempre.
Y entonces, ocurrió.
Lo sentí antes de verlo.
Ese calor sofocante en mi pecho, esa punzada en la marca que hizo que apretara los dientes con fuerza. Era él.
Demián estaba cerca.
Levanté la mirada y ahí estaba, apoyado contra la puerta de una tienda, observándome.
Maldita sea.
Su cabello n***o caía en ondas desordenadas sobre su frente, y sus ojos oscuros estaban fijos en mí. No había arrogancia en su postura, pero tampoco arrepentimiento.
Solo esa maldita intensidad que siempre tuvo.
Me tensé, sintiendo que cada músculo de mi cuerpo gritaba en respuesta a su presencia. Era como si mi piel reconociera algo que yo no quería aceptar.
No.
No voy a detenerme.
No voy a darle la satisfacción de hablarme.
Mis pies siguieron avanzando. Cada paso era una lucha contra el vínculo que me llamaba hacia él.
Pero él no se movió.
No me llamó.
Solo me dejó pasar, con su mirada clavada en mi espalda como un peso invisible.
Y aún así, la marca ardió.
Porque él estaba ahí.
Porque lo estaría siempre.
Porque el destino nunca nos dejaría en paz.
Y yo…
Yo tampoco podía ignorarlo,pero quería hacerlo.
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