Capítulo — El valor de los que aman
La noche había caído sobre Luna de Acero con un silencio espeso y extraño. El aire estaba quieto, las ramas apenas se mecían y los lobos de la manada, incluso los más jóvenes, sentían que algo se avecinaba.
En el campo de entrenamiento, Demián estaba sentado al borde del claro, cubierto de tierra y sudor, con las manos hundidas en la arena y la cabeza gacha. A su lado, Esteban, firme como una montaña, permanecía en silencio, dándole espacio. Pero fue Lilay quien finalmente llegó, movida por el dolor que no podía seguir ignorando.
Lilay se arrodilló frente a su hijo y, sin pedir permiso, lo abrazó con fuerza. Demián no resistió. Se dejó caer contra su madre, como cuando era apenas un cachorro.
—Estoy —susurró ella, besando su cabello—. Siempre voy a estar.
—No……
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