Capítulo — Entre hojas caídas y confesiones
El bosque vestía su rostro otoñal. Las hojas, doradas y rojizas, se desprendían suavemente de las ramas y caían sin prisa, cubriendo el suelo como una alfombra natural. El sol del mediodía, pese al aire fresco, regalaba un calor reconfortante. Ese rincón apartado de la manada, rodeado por árboles de corteza vieja y ramas desnudas, parecía apartado del mundo.
Daniel estaba allí, sentado sobre una roca cubierta de musgo, mirando hacia la ladera. Sus ojos, cansados y ojerosos, no podían ocultar que llevaba días sin dormir. El peso de lo que sentía desde que Eda apareció se le había grabado en la piel, pero aun así, ahí estaba. Su lobo estaba al borde del descontrol, pero él no pensaba rendirse.
Escuchó pasos suaves detrás. No necesitó girarse para sabe……
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