Lucía
Ando decidida a la cita
me quedo de piedra al comprobar
que es mi amigo de toda la vida
ya no sé ni cómo reaccionar
me pregunta: Hola, ¿ cómo estas?
Cita a ciegas, Chenoa
Buenos Aires, mayo 2007
El primer mes desde que comenzamos las clases transcurrió de manera normal, sin sobresaltos. Realmente Fabio era muy divertido, siempre me hacía reír y nos llevábamos muy bien, siempre estábamos tonteando y juntos, tal es así que algunos compañeros pensaban que estábamos saliendo.
Por entonces Jessica y yo vivíamos juntas en un departamento. Habíamos decidido venirnos a la ciudad a estudiar. Yo cursaba, Historia del arte, ella administración de empresas. Para eso habíamos estado ahorrando desde el último año de secundaria, y con ayuda de los padres de ambas, y mi madrina nos habíamos alquilado un departamento cerca de la universidad.
Cuando nos fuimos del pueblo, una pequeña ciudad costera, dejamos nuestras familias y los que hasta entonces habíamos pensado eran nuestros grandes amores. Sinceramente, no extrañaba a mi noviecito de la secundaria, más bien al contrario, estaba dispuesta a vivir nuevas experiencias. Si bien a mis 20 años yo había tenido relaciones con él, no era precisamente una experta, así que prácticamente era virgen, sin serlo.
Nuestro departamento era pequeño, aunque ambas teníamos nuestros cuartos. Lo habíamos decorado con mucho esmero, respetando los gustos de las dos, y sinceramente había quedado precioso y cálido. Teníamos un living pequeño donde nos encantaba tiranos a mirar películas y comer pizza, sobre todo los viernes.
Pero un viernes de mayo, Jessica me había pedido que la acompañara a una salida con el chico con el que se estaba viendo. Se llamaba Juan Manuel, era de la ciudad, y lo había conocido por un trabajo que habían hecho juntos. Él la había invitado a salir y le había dicho que tenía un amigo para presentarle a su amiga, o sea, a mí. Jessica estaba súper entusiasmada con la idea, de hacer una salida de a cuatro y fantaseaba con que yo encontrara de esa manera al amor de mi vida, según sus propias palabras.
La verdad es que justamente ese viernes había planeado hacerme un baño de crema y ponerme una mascarilla, y tenía muy pocas ganas de salir a conocer a nadie. Había estado mensajeándome con Fabio, y me había quedado triste porque él me había contado que iba a salir con una chica. Yo deseaba fervientemente que esa cita hubiera sido conmigo, pero no era el caso. Así que ante la insistencia de mi amiga que estaba súper enganchada con ese tal Juan, sobre todo después de lo mal que había terminado con su ex novio, me hizo cambiar los planes y decidí acompañarla.
Yo había roto con mi novio de la escuela, hacía un año, y desde entonces estaba más sola que una ostra. Quizá no conociera esa noche al amor de mi vida, pero no podía negar que tal vez el amigo de su chico estuviera bueno y terminara pasando un buen rato, de última si me caía mal me volvía al departamento y listo.
Estaba frente al espejo terminando de arreglarme, cuando entró Jessica.
—Luchi, ¿eso te vas a poner? — dijo señalando la ropa que estaba sobre mi cama. Yo había elegido un jean n***o, con una camisa de jean con una musculosa blanca y zapatillas.
Dejé de alisarme el cabello y la miré. Jessica llevaba un vestidito rojo súper corto, que le quedaba espectacular, que haría dar la vuelta a más de uno en la calle y provocaría algún que otro infarto.
—Ponente esto—me tendió el vestido n***o que llevaba en la mano. —Con las zapas te va quedar genial.
La miré dubitativa, y tras pensarlo un rato acepté su propuesta. Y ahí estaba yo, con un vestido n***o sin mangas, tipo strapless, ultra ajustado que me quedaba como una segunda piel, las converse negras, la camisa de jean a modo de campera y una bandolera que usaba cada vez que salíamos, para llevar los cigarrillos, las llaves y otras pavadas.
El timbre sonó y Jessica corrió a atender, invitando a su nuevo novio y su amigo a subir al departamento.
Al ver las intenciones de mi amiga, de hacer pasar a los invitados a nuestro hogar, dejé mis pertenencias a un costado y me senté a ver la televisión.
Jessica abrió la puerta y saltó, no en sentido figurado, sobre el chico que estaba allí parado, y envolviendo sus piernas alrededor de él, empezó a besarlo como si no se hubieran visto por un año. Detrás de ellos, había otra persona de pie, que, carraspeando, pidió permiso para entrar.
Me levante a darle la bienvenida, sin mirar a quien estaba de pie en la puerta de mi casa, ya que estaba prestando atención a lo que estaba viendo en tv.
—Pasá, pasá no te quedes ahí parado, no te vamos a comer— dije intentando ser simpática.
—¿Lucía? — escuché que preguntaba.
Al oír mi nombre pronunciado por esa voz, que me volvía loca en sueños, dejé lo que estaba haciendo y miré al invitado.
—¿Fabio? ¿Vos sos el amigo de Juan que me querían presentar? — inquirí entre risas.
—Hola petisa. ¿Me extrañaste? —dijo dándome un beso y un abrazo.
—¿Ustedes dos se conocen? — pronunciaron a coro Juan y Jessica sin entender nada.
—Somos compañeros de la facultad, estamos todo el tiempo juntos — respondí soltándome de su abrazo.
Aprovechando que no tenían que presentarnos, Jessica volvió a besar a su chico, y colgada de su cuello, comenzó a hacerle lo que desde mi lugar parecía una inspección de amígdalas. Al cabo de un rato desaparecieron rumbo a la habitación de ella sin decir nada.
—¿Yo era tu cita de hoy viernes? —respondí tratando de disimular la felicidad que me provocaba esa casualidad del destino.
— Aparentemente, piensan que podemos pegar onda — me dijo pasando por mi lado para sentarse — según palabras de tu amiga: mi amiga está buenísima y es súper buena onda y te va a gustar. -- enfatizó sus palabras con el gesto de comillas hecho con las manos.
—¿Te sirvo algo de tomar? —pregunté algo nerviosa, porque no sabía cómo interpretar sus palabras. ¿Él estaba de acuerdo con que yo estaba buenísima?
—¿Tenés whisky? —dijo mientras encendía un cigarrillo.
—Ay no, acá solo hay birra o tequila—. Respondí entrando a la cocina.
—Uh petisa ¿tengo que enseñarte a tomar whisky también? — dijo a mis espaldas.
Sentirlo parado detrás mío, con ese pecho amplio emanando calor contra mi espalda, me daba ganas de apoyarme contra él y pedirle que me abrazara.
—¿Perdón? ¿Qué otra cosa pensás que tenés que enseñarme? — dije girando para mirarlo, con las cervezas en la mano.
—Te podría enseñar tantas cosas que se te pondrían rojas las orejitas—. Se acercó a mí, tomó las cervezas y las apoyó a un costado sobre la mesada, y poniendo sus manos a mis costados, como atrapándome entre sus brazos, sin tocarme.
cobardemente, me escapé pasando por debajo de su brazo, y con mi bebida en la mano regresé al living. Contuve la risa al escuchar cómo se golpeaba el cabecero de la cama de Jessica contra la pared.
—Ah bueno, parece que sobramos— le dije tratando de ocultar que su sola presencia en mi casa me ponía un poco nerviosa —¿me acompañas al quiosco a comprar cigarrillos? así les damos un poco de privacidad, porque son un poco ruidosos—le dije al mismo tiempo que recogía mi cartera.
—No hace falta salir, tomá— dijo sentado en el sillón, mientras encendía un cigarrillo para dármelo. A estas alturas verlo fumar era casi como una fantasía prohibida, mis ojos no podían despegarse de esa boca tan obscenamente perfecta.
—No te parece loco que estos dos nos quieran emparejar? —Pregunté entre risas, esperando que dijera que no, que él tampoco podía dejar de pensar en mí desde la primera vez que me había visto.
Me senté a su lado, y lo miré. Sus ojos, color café, rodeados de unas pestañas larguísimas, tenían unas arruguitas alrededor que me tenían hipnotizada.
Él sonrió, dejando ver el hoyuelo de su mejilla izquierda que tarde o temprano sería mi perdición.
—¿Que tendría de malo si hubiera algo entre vos y yo? — dijo acercándose peligrosamente a mí, sin dejar de mirarme a los ojos, invadiendo mis sentidos con ese perfume que recordaba a madera, a sándalo, a algo que me hacía hervir la sangre.
—¿qu-que somos amigos? ¿Y que los amigos no salen entre ellos? — pregunté tímidamente,
Apagué rápidamente el cigarrillo y me pasé la mano por el pelo porque sentía que mi corazón se me iba a salir del pecho.
—Lucía, yo no me acerqué a vos en clase para ser tu amigo— respondió, mientras colocaba su mano en mi nuca y acercaba sus labios a los míos para besarme.
Sus labios se sentían cálidos y fuertes, sabían lo que estaban buscando. El contacto me provocó una corriente electrizante que me hizo erizar la piel, un gemido escapó de mí, momento que aprovechó para buscar mi lengua con la suya. Y una explosión se produjo en mi cerebro. Mis huesos se sentían fundidos, mi cuerpo flotaba. Si sus manos no me estuvieran tomando por la nuca estaría pegada al techo como si fuera un globo lleno de helio
Fabio me estaba demostrando con ese beso, que nadie hasta ahora me había besado así. Había tenido un novio por muchos años, pero jamás me había hecho sentir el caleidoscopio de sensaciones que estaba viviendo en ese momento. Solo podía pensar en que quería mucho más, y que no me importaba nada.
Sin interrumpir el contacto de nuestras bocas, nos acercamos más. Sus manos se posaron en mis caderas y me llevó a sentarme a horcajadas sobre sus piernas sin dejar de mordisquear mi boca que estaba ansiosa por seguir recibiendo sus besos. Me moví levemente, para acomodarme y sentí su excitación que presionaba contra mi ropa interior. Todo tipo de sensaciones me recorrieron y supe que quería más. Intensifique mis movimientos y el reaccionó a eso clavando sus dedos en mis muslos. Comenzó un camino húmedo de besos calientes en mi cuello y a mordisquear el lóbulo de mi oreja.
—Lucía me volvés loco— dijo mordisqueando mi labio inferior.
—Vos a mí también, Fabio— respondí haciendo lo mismo.
Volví a besarlo. Y llevé sus manos a mis pechos. Comenzó a masajearlos, y bajando mi vestido, los dejó expuestos. Acercó las palmas de sus manos sopesándolos y se quedó mirándolos.
—Tal como las imagine, perfectas. Calzan justo en mi boca— Dijo llevándose un pezón a sus labios, y succionándolo me hizo estremecer de pies a cabeza, y arqueé la espalda para facilitar su acceso.
Introduje la mano entre nosotros para tocarlo. Su erección se sentía muy dura, quería sentirlo. Me levantó como si fuera una muñeca en sus manos, y se desabrochó los botones del jean para que pudiera tocarlo. Se sentía tan bien, caliente y duro. Comencé a acariciarlo
Realmente me desconozco, estoy acá en tetas, montando a mi compañero de grupo en medio del living si llegan a venir los chicos me muero.
—Fabio ¿qué estamos haciendo? Esto se me está yendo de las manos—. dije en un rapto de cordura, sin sacar la mano de su pene.
—Por lo que veo, no se te está escapando, lo tenés bien agarrado. —dijo mirando hacia abajo, acompañado sus palabras con una risa.
Ay por dios—lo solté— me descontrolé un poco— dije tratando de subirme el vestido y volviendo a sentarme a su lado.
Fabio me miró, me agarró con sus manazas y me acercó a él, volviéndome al lugar que había dejado.
—Me encanta que te descontroles así—. Dijo y se levantó llevándome a la cocina, volviendo a besarme con pasión. Me sentó sobre la mesada y se acomodó entre mis piernas. Mis piernas se enroscaron alrededor de su cadera, pegándome a él. Comenzamos a movernos, como si estuviéramos cogiendo, besándonos como si nos devoráramos el uno al otro. Mi cerebro me decía que pusiera un freno, pero mi cuerpo estaba disociado haciendo solo lo que los sentidos marcaban. Estaba a punto de decirle que fuéramos a mi cuarto.
—Lucía. Fabio. ¿Dónde están? — escuché la voz de Jessica llamándonos
—Acá en la cocina, ya vamos—. grité, poniendo los pies en el piso poniéndome la ropa correctamente. Miré a Fabio y señalé su entrepierna.
—Acomódate eso, así no podés salir— dije sin poder contener la risa.
—Cuando te tenga para mí solo, te voy a coger tanto Lucía, que no te vas a acordar ni de cómo te llamás— dijo abrazándome por la espalda, acercando su boca a mi oreja.
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