Fabio
Si diez años después, te vuelvo a encontrar en algún lugar
No te olvides que soy distinto de aquel, pero casi igual
Si la casualidad nos vuelve a juntar diez años después
Diez años después, Andrés Calamaro
Roma, mayo 2022
Haber visto a Lucía después de tanto tiempo no me resulta indiferente. Si hubo una mujer que no pude olvidar jamás es ella. Hacía 10 años que no la veía, y solo puedo decir que los años la han mejorado, si es que eso es posible.
No me alejé de ella porque no la quisiera, más bien al contrario, porque nunca estuve a la altura de sus expectativas. Ella merecía a su lado un tipo dispuesto a formar una familia y no alguien que un cínico como yo.
Salí de la habitación del hotel dejándola sola. Llegué al rellano del ascensor y el sonido del teléfono interrumpió el derrotero peligroso que seguía mi mente.
—¿Caro Mio, donde andas? ya estoy en tu piso—escuché una voz sensual que me saludó.
Mierda me olvidé que había quedado con Lissa.
—Saliendo para allá, Lissa. Pon el champan en el freezer que tengo muchas ganas de verte—le dije, mientras pulsaba los botones del elevador.
Necesito echar un polvo ya mismo. Ver a Lucía me afectó más de lo que pensaba.
Al llegar al departamento, Lissa, me esperaba con un sensual conjunto de ropa interior sobre la cama, con la botella de champagne en un balde con hielo. Dispuesta a pasarla bien, sin pedir nada a cambio, como siempre. la dejé que me ayude a desvestirme sin disimular mis ganas de que me haga una mamada, ya que hoy no quiero hablar ni escucharla.
Lissa, entendiendo mis intenciones se colocó de rodillas ante mí, desabrochando mis pantalones, puso sus labios rojos alrededor de mi pene. Sin mirar, enredé su cabello rubio suavemente en mi mano y me dejé hacer, cerrando los ojos. O al menos esas fueron mis intenciones. Pero no puedo evitar pensar que en el fondo imagino que el cabello entre mis dedos es oscuro, y que son otros labios los que me dan placer, y de esa manera me dejo ir.
—Caro mío. ¿Te ocurre algo? te noto algo distraído— indagó Lissa mientras se ponía de pie, al ver que yo no conectaba con la situación.
—Estoy estresado porque tengo que dar apertura la conferencia mañana— mentí, ayudando a que se ponga de pie—no puedo quedarme esta noche—.
—Me vas a dejar solita— se quejó haciendo puchero.
—Lo siento mucho, pero tengo que trabajar— respondí mientras acomodaba mi ropa.
No puedo quedarme, no quiero quedarme. Necesito estar solo.
Me despedí de ella, y salí rumbo a mi oficina. No importaba que esa fuera mi casa, que se quedara si quería, yo quería huir de allí.
Al llegar, encendí la luz de mi escritorio, y aflojándome la camisa, me serví un whisky para relajarme. Me senté en mi sillón y abriendo mi billetera, saqué un papel doblado que llevo hace años conmigo. Es una tira de fotos, recuerdo del casamiento de Juan, mi hermano de vida y Jessica, la mejor amiga de Lucía. En esas fotos yo estoy haciendo caras mirando a cámara y ella me mira con todo ese amor que nunca dejó de demostrar y que a mí me hacía sentir un hombre completo, capaz de enfrentar todo.
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