Dominic
El motor de la furgoneta rugía, un eco que vibraba en mi pecho con una cadencia casi hipnótica.
Dentro del vehículo, el aire era espeso, impregnado con el miedo latente de Trina, un aroma tan familiar para mí como lo era la pólvora o la sangre.
Ella estaba junto a mí, su respiración errática y su cuerpo rígido. Se había quedado callada después de preguntarme si sabía que eso iba a pasar.
Podía sentir la forma en que su mente trabajaba frenéticamente, intentando descifrar el caos en el que se había sumergido.
Se aferraba a la pared de la furgoneta con los dedos crispados, el vaivén del vehículo, haciendo que su cuerpo chocara contra el mío con cada curva brusca. Y, sin embargo, no era eso lo que la aterrorizaba. Era yo. Era la incertidumbre.
Giré apenas la cabeza, observándola con el r……
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