Lukas salió de allí, compró dos toallas de mano, y un hielo, una vez en el auto se quitó el pantalón, envolvió algunos cubitos de hielo con la toalla y se la colocó en el área afectada mientras conducía a casa de su padre.
Al llegar se estacionó en la entrada, se puso de nuevo el pantalón y caminó al interior de la casa, por el malestar en su piel, tropezó con la alfombra persa de la entrada, su paso urgente y el ceño fruncido anunciando tormenta.
Su padre miró desde el sillón de cuero en la sala, donde estaba con un libro en las manos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Danilo, alzando una cana ceja.
—La mansión puede esperar —, gruñó Lukas, lanzando las llaves sobre la mesa. —Sofía me sacó de quicio.
—¿Acaso desististe de la herencia? —La sorpresa tintineaba en la voz pate……
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