La luna se alzaba sobre Álbagard, iluminando con su pálida luz los jardines del castillo, Adelaide y Ethan, se regocijaban en su amor como si el mundo no existiera, y olvidaron por completo que su Reino permanecía sensible ante una posible invasión del enemigo, pero cada uno en el fondo sabía que su amor desafiaría las normas de la realeza, la princesa pensaba "¿De qué sirve una corona si mi corazón se marchita en su sombra? Si el amor es un don divino, ¿por qué habríamos de negarlo?" Ethan, por su parte, recapacitaba "No nací príncipe, pero mi amor es tan fuerte como el hierro que forja una espada. Si soy digno en batalla, ¿por qué no habría de serlo en amor? Sabía que su linaje no era suficiente para aspirar a la mano de una princesa, pero su valor y determinación podrían demostrar que no solo su amor, sino también su honor, eran dignos de Adelaide.
En un momento de tranquilidad, la princesa preguntó a su caballero:
—¿En qué piensas, amor?
Ethan la miró con una sonrisa y, tras un suspiro, respondió:
—En la primera vez que fuiste mía, aquella noche de luna llena, en nuestro pequeño refugio-, Adelaide lo escuchaba con atención -sueño con pasar todos mis días junto a ti, mi amada princesa, agradezco al cielo que mi amor sea reciproco por vuestro amor, solo que me aflige que mi linaje no pertenece a la realeza...
Adelaide lo interrumpió, mirándolo con ternura:
-Si el destino ha de ponernos a prueba, que lo haga. Prefiero una vida fugaz en tus brazos a siglos de soledad en un trono vacío-.
Ethan respondió acariciando su mejilla:
-Seré el hombre que desafíe el mundo por ti. Pero no huiremos como sombras en la noche; el camino correcto será hacer que nos acepten. En otoño, cuando las hojas caigan, sabrán que nuestra decisión es firme -
Adelaide responde con una sonrisa luminosa:
-Entonces que el otoño no traiga despedidas, sino promesas cumplidas mi bienamado caballero-
Sellando su promesa con caricias tiernas y un sincero beso que sabe a certeza y destino.
Bajo el sol dorado de la tarde, Adelaide y Ethan galopan por praderas infinitas. Sus risas resuenan en el viento, como si el tiempo se detuviera solo para ellos. Al llegar a un claro junto al río, desmontan y descansan en la hierba perfumada.
Adelaide acostada sobre su pecho, con los ojos cerrados dijo:
-Si el amor tiene un lenguaje, entonces mi alma ha aprendido a hablarlo en cada latido que das-
Ethan beso su frente respondiéndole despacio:
-No hay reino más grande que el que construimos con nuestras promesas. No hay joya más preciosa que la luz de tus ojos cuando me miras así. -
Bajo el cielo crepuscular, el deseo se entrelaza con la devoción, sus caricias son suaves pero intensas, como la brisa que agita las hojas otoñales. En ese instante, no existen los deberes ni los temores, solo el fuego de dos almas que se han encontrado en un mundo que tal vez podría separarlas.
La noche los envuelve en su manto de estrellas, y en el corazón del bosque, donde el eco de su amor se mezcla con el murmullo del río, sellan su destino con la única certeza que conocen: el amor que los hará inmortales.
El sol dorado se posaba en lo alto del cielo, bañando con su cálida luz las torres y murallas de Albagard, el próspero Reino donde la alegría reinaba con la misma fuerza que su noble soberano, sin duda era la época más esperada del año para agradecer al cielo la abundancia, a través del arte la música y la danza llenaban cada rincón de la ciudad amurallada -el gran día llegooo, el gran día llegooo- entonaban los danzantes cubiertos con graciosos trajes de colores oro y rojo quienes cumplían con la misión de despertar muy temprano a todos los habitantes del Reino de Albargard anunciando que el Gran Festival del Sol, una celebración de la vida y la pasión había comenzado.
Las calles empedradas estaban decoradas con estandartes de vivos colores, y el aroma de pan recién horneado, especias y vino especiado flotaba en el aire. Artesanos y mercaderes exhibían sus más finas creaciones: sedas de Oriente, joyas de oro y plata, esculturas talladas con maestría. Los niños corrían con coronas de flores en el cabello, mientras trovadores y músicos tocaban laúdes, flautas y tambores, dando inicio a una melodía vibrante que invitaba a la danza.
En la gran plaza, el pueblo se reunía alrededor de una plataforma adornada con guirnaldas. Allí, la Reina Adela, con su porte majestuoso y su sonrisa serena, presidía la celebración. A su lado, su hija, la princesa Adelaide, irradiaba una belleza etérea, vestida con un delicado vestido de seda azul que ondeaba con la brisa. Los jóvenes caballeros no podían apartar la vista de ella, y entre las miradas furtivas y los gestos tímidos, nacían los primeros suspiros de romances juveniles.
Antes de que los invitados lleguen al palacio o al recinto del festival, una calle de honor formada por guardias reales, caballeros, nobles o cortesanos alineados a ambos lados del camino mientras todos los invitados cumplían con este protocolo la familia Real conformada por el Rey Godwin Somer, La Reina Adela Somer, la princesa de dieciocho años Adelaide Somer y los gemelos de quince años Dylan y Logan Somer, desde un balcón exquisitamente adornado con flores de lavanda, rosas y hojas de romero, donde saludaban a los recién llegados con una leve reverencia, luego los invitados son guiados hacia los jardines reales, donde el público les arroja pétalos de flores y les regalan pequeños pergaminos con versos de bienvenida.
En la entrada principal, un heraldo anunciaba en voz alta los nombres y títulos de los invitados importantes, finalmente se escuchó música de trompetas o instrumentos de viento para conocer que acaba de llegar el Duque de Valdronia, señor Kaladin Fletcher, toda la familia Real al escuchar las trompetas se dirigió inmediatamente a la gran sala real para recibir personalmente al Duque de Valdronia quien sabía muy bien por qué estaba allí, su enérgica presencia denotaba la altivez de un conquistador, su porte regio, sus trajes bordados en hilos de plata y su andar pausado reflejaban su inquebrantable confianza, bajo la sombra de la diplomacia, su verdadero propósito era medir la fortaleza de este Reino, su mente calculadora analizaba cada detalle: la disposición de los guardias, la riqueza de los salones, el fervor del pueblo hacia su monarquía, con una pose que denotaba arrogancia miro detenidamente a cada m*****o de los soberanos sin embargo los ademanes de altivez del Duque Fletcher, fueron entumecidos al ver por primera vez a la princesa real, impactado por la hermosura y la frescura de la joven, la miro desde la cabeza hasta los pies, su apariencia incito a que el Duque sienta efectos de estremecimiento por todo su cuerpo, su mente se detuvo por segundos volviendo en sí, al escuchar a lo lejos las palabras del Rey Godwin Somer quien con un tono de voz agudo pronuncio: -Bienvenido al Reino de Albagard, señor Duque de Valdronia, Kaladin Fletcher- el Duque rápidamente fijo su mirada ante el Rey, haciendo una reverencia mientras se acercaba lentamente al trono, un frio incomodo cubrió la sala real pero el Rey ejecuto con su mano una señal y la música cambió a un ritmo más animado, la nobleza y el pueblo por igual se unieron, Damas de vestidos vaporosos giraban con gracia, mientras los caballeros, con armaduras pulidas y capas de terciopelo, guiaban a la gente con gentileza. Los juglares cantaban antiguas baladas de amores perdidos y encontrados, mientras los más atrevidos improvisaban versos sobre los romances que florecían entre la multitud.
El gran banquete era un festín digno de los dioses: mesas repletas de frutas frescas, carnes asadas con hierbas aromáticas, panes dorados y quesos añejados, para los invitados principales la Reina Adela ordeno preparar con esmero Jabalí Asado con Miel y Especias – Cocinado lentamente al fuego y glaseado con miel y hierbas, este era el plato estrella del banquete real sin desmerecer la apetitosa Trucha al Horno con Hierbas – Pescada en los ríos del Reino y cocinada con romero, ajo y un toque de limón.
Mientras que el festín para todo el pueblo también era un espectáculo en sí mismo. Grandes mesas de madera se disponían en la plaza y en los jardines del castillo, rebosantes de manjares dignos de un vasto Reino: Pasteles de Carne y Setas – Rellenos de ternera, cerdo y champiñones silvestres, sazonados con especias traídas de lejanas tierras y Pan Rústico con Quesos Añejo y Miel – Horneado en grandes hornos de piedra y servido con quesos curados y miel de los bosques de Albagard.
El aire se llenaba del sonido de risas, mientras la gente disfrutaba de los deliciosos manjares y los recuerdos que llevarían consigo, para nunca olvidar la magia del Gran Reino de Albagard.
Supremamente, el Rey inicio con el brindis de inauguración del festival avocando al cielo mantener la prosperidad del reino y la felicidad de sus gentes estrechando su copa al Duque de Valdronia como símbolo de diplomacia en curso.
Al momento de estrechar las copas el Duque Kaladin Fletcher, dirigió lentamente la mirada a la princesa efectuando una media sonrisa preguntándole su nombre, Adelaide por cortesía sonrió hipócritamente respondiéndole su nombre disimulando al máximo su incomodidad; mientras que, Ethan quien se encontraba como parte del personal de la Corte Real, al ver esta escena sintió una intensa sensación de celos, pero no tenía más remedio que a observar sin vacilación al ser un custodio del prestigio y la grandiosidad de la monarquía.
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