Llegamos a la hacienda del abuelo, el papá de mamá me encanta estar ahí, me hace sentir paz, bajé del auto en completo silencio y caminé hacia el árbol de abeto que está a la orilla del río que corre en medio del terreno de la hacienda.
Me senté bajo el árbol y lloré, lloré de impotencia de ser como soy, de no poder defenderme o más bien no saber cómo defenderme de todos los que me tratan como si fuera un mounstro, me quedé dormido el ruido del agua correr me arrulló, una caricia en mi cabello me hizo despertar, era el abuelo.
—Mi nieto, mi muchacho ¡aquí estás! —me dice mi abuelo con esa calma con la que me habla, —ven vamos a comer, ya dormiste mucho, no se que pasó, pero no debes de hacer caso a lo que los demás digan, tu eres tu y nadie va a cambiar tu forma de ser —me dice dándome la ma……
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