Hannah no era una mujer ilustrada pero tampoco tan simple como para ignorar el cambio que había experimentado. No eran la humillación, la vejación, el dolor ni la vergüenza los que la rebelaban, sino el hecho deslumbrantemente revelador de que, la muchacha de pueblo, pudorosa ama de casa y madre devota, había despertado a un nuevo mundo que le descubría lo que en esencia ocultaba el falso recato social y religioso de las mujeres.
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